26 Jul Yahir Durán
Cantautor, es uno de los representantes más notables de la nueva trova mexicana. Como solista ha grabado Disímbolos, Acerca de soñar, Una cascarita en directo, Plural Espejo, Así, y Un hombre que camina. Este es su primer libro de narraciones donde nos muestra, en tono autobiográfico, el paisaje de su natal Topolobampo.
El cine grande nocturno y viejo
El cine colosal y melancólico formaba parte de nuestros fines de semana. Con estrellas y con luna, a veces con llovizna o de repente lluvia a gotones grandes, que ahuyentaba a los parroquianos desde las primeras cachetadas de agua en el concreto. El lugar carecía de techo, sin embargo todas aquellas eventualidades formaban parte del folclor nocturno de los fines de semana.
Los interesados en el filme se sentaban en las bancas de madera en la parte baja, si estaban bajo las gradas superiores y corrían con suerte, se podían salvar de la lluvia de meados, refresco y otros objetos que la plebada pocas pulgas, arremetía desde arriba.
Aunque no siempre lo hacían, había que tener cuidado o esperar el bombardeo.
No toda la vida era escatológica en el puerto, no vayan a creer que por mi narración es todo de esa índole, no por aquí describir necesidades fisiológicas y de usos múltiples, se tienda a juzgar a todo un pueblo. No, también la juventud bien portada y algunos mayores de buena sepa, asistían al Cine Aída con frecuencia, si los padres creían prudente el permiso, siempre acompañadas en el caso de las muchachas por un hermano mayor o menor, para cuidar la conducta en las penumbras.
La parte alta del cine era sin bancas, con gradas escalonadas donde los menos interesados en la trama se reunían.
Cuando no eran estrenos se proyectaba la cinta con gotas, manchones e impurezas de sonido como de hojas pisadas.
Recuerdo las hazañas de algún samurai o gladiadores que saltaban de edificio a edificio, con maromas y trucos. Las películas de Bruce Lee o las de ficciones gringas, de corretizas en veloces autos. También una extrañísima película que me dejó con pesadillas durante varios años. Trataba de unos huevos viscosos como gotas, similares a una placenta, que caían a la tierra y de ese huevo salía un ser, con mucosidades y de aspecto repugnante, posteriormente se convertía en un clon, duplicando así a toda la especie humana, con características crueles y desalmadas fueron invadiendo el planeta.
En la parte de arriba del cine, surgían romances y desamores entre los adolescentes. Se mandaban mensajes de amor de extremo a extremo, había corresponsales del correo hablado, celestinas para las declaratorias y finiquitos sentimentales, historias de engaños y desengaños con tramas sin resolver.
Cada noche la muchachada vivía sus propios dramas amorosos, había parejas que se mantenían sigilosas, otras protagonistas según sus gustos entre los rincones del cine.
Tal vez uno que otro inocente como yo y mis años, hubiera vivido lo que viví al sortear con mi mano recargada en una banca de la parte baja del cine a una persona desconocida y tocar con el índice, la mano de otro índice que me buscaba, de una muchacha que me percibía, y hacer de aquella expedición un asunto de caballos galopando en el pecho, que chocan entre sí y en las barreras de mis entrañas, hasta sentir que ese bicho, ese animal, esa víscera que dibujan con una flecha atravesada, estuviera a punto de salirme cual caballo desbocado por el pecho.
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