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Uno va haciendo polvo involuntariamente de la vida. Se va sometiendo a su lenta procesión, se va fundiendo o descascarándose según como se quiera ver, el hecho es que de cada acto uno va dejando un sigiloso rastro de polvo que va cubriéndolo todo, incluso, hasta el más ínfimo detalle olvidado, y es en ese recordar la arquitectura de los actos que Rodolfo empieza a deconstruir su pasada casa, entre espacios develados a partir de la convivencia de la domesticidad vulnerada por la disputa, las preocupaciones, las obligaciones, el cohabitarse al límite de cada instante y por otra parte los siempre vivos rincones del compartirse solos e indefensos sin más futuro que el de saberse juntos. De esta manera nos cuenta sus crímenes, sus rentas atrasadas, sus desvelos, borracheras, delirios y justo allí comienza su condena, la memoria del polvo: «el tiempo en su estado de piedra molida».
Uno va haciendo polvo involuntariamente de la vida. Se va sometiendo a su lenta procesión, se va fundiendo o descascarándose según como se quiera ver, el hecho es que de cada acto uno va dejando un sigiloso rastro de polvo que va cubriéndolo todo, incluso, hasta el más ínfimo detalle olvidado, y es en ese recordar la arquitectura de los actos que Rodolfo empieza a deconstruir su pasada casa, entre espacios develados a partir de la convivencia de la domesticidad vulnerada por la disputa, las preocupaciones, las obligaciones, el cohabitarse al límite de cada instante y por otra parte los siempre vivos rincones del compartirse solos e indefensos sin más futuro que el de saberse juntos. De esta manera nos cuenta sus crímenes, sus rentas atrasadas, sus desvelos, borracheras, delirios y justo allí comienza su condena, la memoria del polvo: «el tiempo en su estado de piedra molida».