13 Ago Póngale usted el título que quiera…
Me pidieron hablar de un libro que no sé si exista…,
…de un autor del que poco sé, -pero que parece que conozco de toda la vida–, y no pude evitar sentirme halagada. Y no porque me halague ser uno de tantos conejillos de indias de esta creación, de este sutil juego de introspección, sino porque, advierto, me cedieron el micrófono para hablar desde mi apartada, pero no por ello improbable, trinchera, y lo hago precisamente porque no soy nadie, porque era demasiado joven, pero sobre todo porque pertenezco al eco tardío que nació en las entrañas mismas de esta ciudad hace 20 años, ese eco que nos ha arrojado a todos, como lectores de este libro imaginario, al fondo de una más de nuestras tumbas.
Hace 20 años, es decir, en 1994, el autor de “Póngale usted el título que quiera”, deambulaba en una Guadalajara que poco o mucho tiene de parentesco con la actual, en un México autor de unos de los acontecimientos que más pesan en la memoria de todos. Cuando me pidieron que hablara de este poemario, no pude evitar “Empezar por pararme en seco y ver qué quedó atrás”. En 1994, el EZLN se alzó en armas en su primera declaración de la Selva Lacandona y llamó al pueblo a seguirlo para terminar por fin con la vieja dictadura del PRI. Paradójicamente, el país entero se conmocionó ante el magnicidio de Luis Donaldo Colosio, el secretario general del PRI, José Francisco Ruiz Massieu, fue asesinado y Ernesto Zedillo tomó posesión de la presidencia. Aquí, “empezamos gritando la injusticia”. En ese mismo año entró en vigor el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, se devaluó el peso 15% y se desató la peor crisis económica de los últimos tiempos. Así fue como “empezamos brotando en la efervescente rabia del olvidado imperio de los desvalidos”, entonces “el futuro no era lo que quedaba en nuestro pañal, sino lo que a ellos les colgaba entre las piernas”. Dos años después, en Guadalajara, surgió el Tianguis Cultural en el parque José Rolón. Los primeros iniciadores fueron algunos jóvenes que buscaban dar a conocer las publicaciones de sus editoriales independientes. Muchos jóvenes artistas, literatos, músicos y escultores se daban cita para contribuir con el fervor cultural que bullía entonces, mismo que fue severamente reprendido, “Empezamos a gritar a los cuatro vientos que nadie era responsable del pasado que le habían endilgado en forma por demás ruin y tramposa”. Así que con el intento de reconstruir la realidad había que “empezar a actuar para uno mismo”, “empezar por rascarse las comezones ajenas hasta hacerlas sangrar”. Era verdad que “la poesía es (y siempre ha sido) el único lugar donde se entra para afuera y se sube para abajo”. En aquellos años, el pueblo (la juventud) estaba llena de razones, pero henchida de sinrazones que los hacía converger en espacios mucho más amplios, pero no por ello, más libres. El arte se compartía con dificultad, pero se nutría más por ello. Los ecos de las cabezas no se escuchaban sin antes alimentarse del silencio y de la oscuridad para convertirse en “verdades obvias, secretos a voces”. Era más que necesario “empezar por reflejarse en agua y ver qué imagen teníamos realmente”.
La poesía de “Póngale usted el título que quiera” cargó desde entonces tanto el fruto como la raíz de una planta con la que el lector empezó por hablar. El diálogo que surgió, sin embargo, fue perverso y doloroso, a la vez que contradictorio y transgresor, puesto que lo hizo “descubrir que ésa no era su cara ni habitaba el cuerpo correcto.” El lector “empezó por desear [inmediatamente] ser un cenzontle”.
Veinte años después, los ecos allá afuera se han apagado, pero acá adentro siguen más vivos que nunca. Ahora, en 2014, nos vemos de nuevo víctimas de un gobierno impuesto a través de la irremediable corrupción. Los jóvenes que hace dos décadas elevaban sus voces, ahora son jóvenes producto del sistema institucional y capitalista. Por eso, siempre será urgente “empezar a esculpir con polvo y viento”… “todos los días saliendo a la calle a pelearse con la vida”, “gritar si sentimos que se nos acaban los silencios”, porque lo cierto es que no tenemos escapatoria. A donde vayamos estaremos “solos… cubiertos de olvido… rotos… y con la vista clavada en el centro”. Debemos, por tanto, “defender lo que hemos ganado a pulso y chingadazos”.
Me despido ya, no sin antes remitir mi queja al editor de esta obra, pues no sólo encontré más de un silencio, sino que me encontré perdida.
Confieso, con amplio orgullo, ante el supuesto autor, que han empezado a brotarme alas en la espalda.